La hipocresía de los ataques a Libia

Las verdaderas motivaciones de una intervención armada, como es conocido, no suelen ser desveladas por aquellos que las iniciaron. Pero, lo que si se necesita es una justificación para intervenir. Ya que, los autoproclamados defensores de la libertad y la justicia perderían crédito si no disponen de algo. De todas maneras, tampoco necesitan tejer una compleja trama, porque el poder mediático de estos países se encargará de repetir, cuanto sea necesario, la versión dictada por el Tío Sam hasta que parezca cierta.

Yendo más allá de la simple perogrullada; el contexto de las revoluciones norteafricanas es interesante de analizar. Países normalmente con buenas relaciones con los EE.UU. ven caer sus gobiernos a consecuencia de unas “espontáneas” reacciones populares. Pero, si algo se sabe de la política es que poco se deja al azar. Franklin Roosvelt, ya sintetizó muy bien esta idea al asegurar que en política nada ocurre por casualidad, y si así sucede es porque, precisamente, se diseñó de esa manera. Lo que está pasando en el norte de África es una reordenación del territorio, y solo un estudio a posteriori podrá determinar a quien ha beneficiado ese cambio. En principio se pueden tener sospechas.

Finalmente, el conflicto llegó a Libia. Se desencadenaron protestas y movimientos insurreccionales y el Estado libio reaccionó como haría cualquier otro Estado del mundo; protegiendo su estructura jurídico – política. El Estado, como organización política, no podría subsistir sin violencia, este fenómeno ya lo advirtió, entre otros, Max Weber cuando nos recordaba que: “Si solamente existieran configuraciones sociales que ignorasen el medio de la violencia habría desparecido el concepto de “Estado” (…)”[1]. Cualquier Estado se guarda para si el monopolio legal de la violencia y el Estado libio no es la excepción. De modo que, usó de sus cuerpos y fuerzas de seguridad para tratar de mantener el orden.

Sin embargo, a Libia hay algo que le diferencia de algunos países que recurren a este método: el petróleo (es el país con más reservas de África). El conocido como Oro Negro puede traer tanta bendición a sus pueblos como problemas. Parece un argumento muy manido, pero no por ello pierde certeza. Así, solamente tuvieron que esperar una situación lo bastante inestable y problemática como para poder ver la posibilidad de intervenir. Aún, de esta manera, faltaba una razón, algo que convirtiera una invasión en una “guerra justa”. Siguiendo a Michael Walzer, haría falta algo que justificara el recurso a la misma. Evidentemente, una situación de inestabilidad no es suficiente, pero si el gobierno de un país masacrara a sus civiles podría significar que la comunidad internacional no viera con malos ojos una intervención armada.

Es en ese momento cuando el aparato propagandístico se pone en marcha. Dicho aparato se encontraba seriamente tocado tras el fiasco de las armas de destrucción masivas en Irak (que nunca aparecieron). No obstante, su gran repercusión es incuestionable. De modo que, esta vez han lanzado la sospecha de que el gobierno libio bombardeaba y masacraba a sus civiles. Tantas veces lo han repetido que cuesta no creérselo ya. Claro que, el ejército ruso, que no cuenta con pocos medios precisamente, desmintió que se bombardeara a rebelde alguno.

A pesar de ello, y no considero exagerar, la situación en Libia es prácticamente de guerra civil. El gobierno trata de recuperar las ciudades que los rebeldes tienen bajo su control, como haría cualquier Estado que viera a insurrecciónales ocupando parte de su territorio.

Empero, este viernes 18 de marzo, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas autorizó crear la zona de exclusión aérea que tanto deseaban los EE.UU. y los rebeldes. Atrás queda la campaña mediática en donde el objetivo era tratar de construir una opinión contraria a Gadafi y a su gobierno. Motivo por el cual, en los medios se referían a Gadafi continuamente como dictador, a la vez que resaltaban sus excentricidades. No hay que olvidar nunca, que en política tu enemigo es quien te construye. Claro que, lejos quedan ahora los apretones de manos con Sarkozy, Obama y Zapatero. Tampoco se sabe si Gallardón pedirá a Gadafi que le devuelva la llave de Madrid que le concedió en el 2007. En este sentido, es difícil de saber también si Sarkozy devolverá a Libia el presunto dinero que le dejaron para su campaña electoral. Francia lo desmiente, pero desde Libia se asegura que se tienen todos los documentos para demostrarlo. En cualquier caso, el liderazgo y las prisas de Francia en intervenir militarmente sobre Libia siempre resulta sospechoso.

De modo que, la invasión ya está autorizada, aunque los medios nunca utilizarán estas palabras, porque el lenguaje es muy importante en la comunicación. Justo el día que es aprobada la zona de exclusión, el gobierno libio anuncia un alto el fuego. Los países participantes en la invasión reiteran que a pesar de ello continuarán adelante. Más tarde, presuntamente, el gobierno libio reanudó las acciones militares y esto se le reprocha. En cambio, resulta absolutamente normal que si ante el ofrecimiento del alto el fuego la OTAN decide continuar, el gobierno libio tenga también derecho a hacerlo.

Después de la intervención armada de la OTAN, si que han habido bombardeos certeros sobre suelo libio. Fuentes oficiales del gobierno hacen referencias a numerosos muertos y heridos civiles, aportando, a su vez, imágenes y testimonios de los heridos. Los medios de comunicación, con una muestra de exquisita prudencia, cuestionan la veracidad de estos datos e imágenes. Pero, el problema radica en que no cuestionaron, ni por un segundo, la existencia de bombardeos cuando éstos se achacaban al gobierno libio. A pesar de no ser corroborados ni por una sola imagen.

Mientras tanto, aquellos países como Marruecos, Yemen y otros tantos que no tienen petróleo difícilmente esperarán la “ayuda” de la OTAN y de los EE.UU. Por el contrario, Arabia Saudí que si tiene petróleo y un régimen probadamente autocrático, fundando en una monarquía absoluta, puede estar tranquilo porque en su tierra no lloverán bombas estadounidenses.



[1] WEBER, Max. El político y el científico. Pág. 83. Alianza Editorial.

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