¿El rescate de la Unión Europea pone fin al secuestro?


Los medios, desde hace algo más de un año, están fusilando nuestros sentidos con el manido rescate que ofrece la Unión Europea. Sin embargo, en todo esto proceso, agotador hasta la médula, parece que se ignora la verdadera naturaleza del vocablo “rescate”. Para que exista un rescate debe darse una situación previa, en la que alguien o algo se encuentre retenido por una o varias personas, como ocurre, por ejemplo, en un secuestro. De esta manera, el rescate pondría fin a esa situación de ilícita posesión. ¿Eso es lo que busca la Unión Europea?, ¿pero qué se encuentra retenido? Yo apostaría que la soberanía de los Estados, lo que implicaría aceptar la idea de que algunos no han actuado libremente y que el rescate de la UE reestablecería la libertad de los Estados. En cambio, las condiciones del rescate llevan aparejadas exigencias que merman notablemente la soberanía. No está de más recordar aquellas declaraciones de Rajoy en las que confesaba que no tenemos alternativa a los recortes. En realidad, cuesta creer que no haya alternativa, por ello se deduce que Rajoy estaba recurriendo al mecanismo de justificación para presentar estos recortes.

Lo interesante es que este mecanismo de justificación política puede relacionarse con la cuestión planteada, ya que construye un entramado político cuyo análisis arrojará algo de luz al respecto. En este recurso, los gobernantes aluden a un bien general supremo que debe ser salvado, aunque para ello haya que sacrificar otros bienes, en teoría, de menor importancia. No obstante, esos sacrificios en pocas ocasiones han servido para obtener ningún bien general, puesto que en realidad se trataba de una estrategia para preservar el poder de los propios gobernantes. La necesidad de plantear esa estrategia responde a que el ejercicio de ese poder suele requerir el beneplácito de un tercero a quien busca la desaparición de esos bienes, hecho para el que, paradójicamente, necesita intermediarios. De esta manera, la clase gobernante (o aquella que aspira a sustituirla) se presta sin contemplaciones al juego, pues conoce perfectamente ante quien debe rendir pleitesía para mantenerse en el poder.

Este clásico esquema político se entiende mejor si se ilustra con el caso actual. Comencemos: en España el Partido Popular consiguió ganar unas elecciones con un programa que, supuestamente, se ha visto forzado a romper para terminar con la crisis en España (el bien común al que se alude). De esta manera, la eliminación de ciertos elementos del Estado de bienestar se correspondería con aquellos otros bienes que deben ser sacrificados. Es de Perogrullo que esta medida es altamente impopular, por lo que si la meta del gobernante es preservar su poder, debemos preguntarnos por qué la ha llevado a cabo. Sería posible pensar que Rajoy ha obrado así guiado por un alto sentido de la responsabilidad, pero es más acertado, recurriendo al esquema anterior, sospechar que éstos sean el tributo para el poder fáctico superior.

Llegados a este punto no sorprende que ese poder fáctico sean los mercados, los cuales actúan en Europa a través de un primer delegado. Este primero delegado es Angela Merkel, ya que por el peso del país del cual es canciller, acumula más poder institucional en la Unión Europea. De esta manera, la función de Merkel es la de tratar de persuadir, a los demás primeros ministros de la Unión, sobre la necesidad de estos recortes. Asimismo, estos primeros ministros deben ejecutar en sus países correspondientes los programas de austeridad, los cuales deben llevarse a cabo con un cálculo para saber si el desgaste electoral de estas medidas se puede corregir en un tiempo prudencial. En este sentido, estrictamente se limitan a cumplir, sin cuestionar, la cadena de mando impuesta por los mercados.

Una vez expuestos estos hechos, si nos encontráramos en un juicio y fuera abogado de algún país cuya soberanía ha sido expoliada, me permitiría exponer un alegato de la siguiente manera:

“La soberanía de algunos países de la Unión Europea ha sido secuestrada. Se trata de un crimen con varios culpables. El inductor son los mercados, quienes parecen no hacer nunca nada, pero en cambio condicionan múltiples políticas. Ellos han urdido el plan, el cual no habría podido perpetrarse sin un cooperador necesario que es la Unión Europea, que actuaba a su vez de intermediario. Por último, son cómplices los gobernantes de aquellos Estados que aceptan participar en el juego. Además deseo formular otra acusación, entiendo que esta peligrosa banda se prestaba a organizar los rescates de sus propios secuestrados. Una estafa tan cruel como paradójica, pues dicho rescate consistía en comprar la soberanía que aún quedaba a esos Estados, a cambio de un dinero que, por supuesto, cuenta con suculentos intereses.”




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