La necesidad del debate sobre las armas en Estados Unidos



“Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas.”

La segunda enmienda de la Constitución de los Estados Unidos de América, que fue aprobada ni más ni menos en 1791, es la que permite que los ciudadanos estadounidenses puedan tener armas. Como el resto de normativa de origen anglosajón es posible que en su momento tuviera sentido, pues no hacía ni 10 años que había terminado la Guerra de Independencia. La situación, por aquel entonces, era la de un país que había vencido a su metrópoli y quería cubrirse las espaldas, por lo que debía contar con un pueblo armado que le permitiera hacer frente a cualquier amenaza extranjera. Esto era comprensible, y lo seguiría siendo siempre y cuando el ejército de ese país no se hubiera convertido en el más poderoso del mundo.

Por otra parte, los Estados Unidos cuentan además con su policía e incluso con el romántico vestigio del pasado al que llaman Guardia Nacional. De modo que, no cabe duda de que el país se encuentra bien guarnecido, defensiva y ofensivamente hablando. Por ese motivo, la segunda enmienda ha perdido la vigencia, y conviene ser revisada. Y es que las normas han de adaptarse a una realidad cambiante, ya que éstas fueron concebidas para escenarios determinados. No es útil anclarse en el inmovilismo jurídico.
 
En cambio, este empecinamiento ha convertido a Estados Unidos en un país donde hay 90 armas por cada 100 habitantes[1]. Esta cifra tan alta es muy importante para comprender el origen de la cuestión, ya que si hay tantas armas en circulación es porque no les faltan compradores. Con ello se genera una dinámica peligrosa, la cual se deriva del hecho de que nadie quiere ser el “único” que se quede sin su arma, pues la idea de ser una de las “pocas” personas desarmadas puede generar inseguridad. Pero, la masacre acontecida en el pueblo de Newtown (Connecticut) este 14 de octubre, parece que ha sido acogida con especial sensibilidad, al menos por Obama, quien ha afirmado que usará todo el poder de su cargo para que tragedias como aquella no se repitan.

De este modo, ha manifestado que apoyará una medida encaminada a prohibir los fusiles de asalto. Sin embargo, esta medida difícilmente alcanzará a la raíz del problema. En primer lugar, porque no parece que vaya a afectar a todo el armamento, y segundo, y más importante, porque prohibir algo que está profundamente arraigado (y ampliamente aceptado) en una sociedad solo conduce al contrabando. En Estados Unidos es completamente legal adquirir armas desde 1791, por lo que si se desean prohibir con garantías habrá que introducir criterios educativos y correctivos. Asimismo, no se puede ignorar que cualquier proyecto legislativo que vaya en esa dirección va a encontrarse con la oposición de la NRA (National Rifle Association), así como la de los demás grupos que conforman el lobby armamentista, lo cual incluye a la industria armamentística. ¡Casi nada!

Por tanto, la introducción del debate en la sociedad es fundamental. Lo es, porque las trabas que se va a encontrar cualquier proceso legislativo que pretenda reducir el flujo de armas, deberá acompañarse, necesariamente, de una opinión fundamentada de la propia sociedad. Si no se diera ese hecho tendería a imponerse el criterio de a quien le beneficia el negocio de las armas, pues éste no duda. Ahora bien, un negocio desaparece cuando se queda sin compradores, pero si es prohibido, sin que moralmente suscite un rechazo social, únicamente se vería obligado a tomar otros caminos para llegar al cliente. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario