¿Son demócratas los políticos de hoy?

Chiste perteneciente a: http://komikelx.blogspot.com.es/

Es probable que esta pregunta pueda parecer una estupidez. Sin embargo, esta cuestión debe responderse con un discurso que plante cara al oficial, a aquel que se empeña en hacernos creer que los políticos son grandes demócratas, muy respetuosos con sus conciudadanos, y que abogan, sin ninguna duda, por la división de poderes. Evidentemente, el matiz de políticos “de hoy” no es casual, y ello nos obliga a relacionarlo con el régimen representativo, o como se le apoda, no sin cierta generosidad, democracia representativa.

La tendencia al despotismo de nuestros sistemas políticos tampoco debe achacarse a Montesquieu, ni a Locke, ni tampoco a John Stuart Mill, quienes seguramente pensarían que el régimen representativo funcionaría bien. La teoría nos decía que el poder que emana del Estado debía dividirse en tres (legislativo, ejecutivo y judicial), y que éstos tendrían que configurarse de manera independiente para evitar intromisiones. Estos requisitos debían servir para frenar el despotismo. No obstante, las élites políticas acometían reformas siempre con la mentalidad de consolidar su poder. Un hecho que se vio potenciado cuando la representación política fue aceptada como principio universalmente válido; así fue posible limitar la función del pueblo en política a la mera elección de élites, lo que además servía para mantener una fachada democrática y legitimar al sistema.

Este esquema vertical del poder, en el que al pueblo solo le corresponde un papel sancionador (entre una u otra oligarquía partidista), niega categóricamente a la democracia. La niega en los términos de que el pueblo no ejerce ningún poder, pues ello corresponde solo a los políticos. Los políticos redactan las normas a su conveniencia, y luego en un acto de marcada hipocresía votan lo que ellos mismos han escrito. En todo este proceso, aunque la norma aprobada sea injusta o dañina para la población, no existe ningún mecanismo para que el pueblo pueda, al menos, ejercer un veto.

Asimismo, la disciplina de voto, que imponen los partidos y que los políticos aceptan gustosamente, convierte el proceso de debate que se da en el Parlamento en una mera escenificación. A pesar de ello, lo especialmente grave es que se le niegue a la ciudadanía el derecho de votar cualquier disposición normativa que, en última instancia, va a regular muchas de sus parcelas vitales. Ese elemento evita quebraderos de cabeza a los políticos, pues no deben justificar sus actuaciones ante lo que para ellos es el vulgo, salvo que estén en campaña electoral y necesiten que la ciudadanía ratifique la lista creada por su partido.

Esta perversión tiene como consecuencia que los políticos decidan teniendo como única guía sus intereses o ideología, pero en ningún caso lo que desearían aquellas personas que los han elegido. Es imposible que exista, aunque tampoco los políticos parecen esforzarse, una empatía que alcance esos niveles. Los antiguos griegos o los romanos superaron esta contradicción al apostar por la democracia directa (en el caso de los primeros) o en una democracia basada en el mandato (los segundos). Por aquel entonces, Jean Bodin todavía no había escrito acerca de la soberanía, así que, por tanto, tampoco era posible justificar su representación. De este modo, antiguamente no se podía aceptar como democrático que una ley o una decisión importante siguieran adelante si no había obtenido el visto bueno del pueblo.

Uno de los embrollos habituales del estratega ateniense, Temístocles, ilustra perfectamente lo que esto significaba. En una ocasión Temístocles tenía que convencer a los ciudadanos atenienses para que un inesperado ingreso pudiera servir para reforzar la flota, y así poder hacer frente a la previsible invasión del rey Jerjes. Sin embargo, Temístocles sabía que aquel argumento no sería suficiente para ganar, así que recurrió a la mentira. Si no valoramos criterios morales, el desenlace de la Batalla de Salamina es suficiente como para no reprocharle su decisión. No obstante, más allá de eso, lo reseñable del ejemplo es que Temístocles tuvo que devanarse los sesos para conseguir que su propuesta fuera aprobada por sus conciudadanos. Quizás pudieron votar una mentira, pero al menos tuvieron la oportunidad de hacerlo y no ver como otros lo hacían por ellos. En la actualidad, los políticos no someten a discusión con la ciudadanía absolutamente nada, ya que ni pueden ni lo desean. Ellos se autoproclaman voluntad del pueblo, pero paradójicamente deciden de acuerdo con sus propios deseos.


De esta manera, es imposible que un político pueda ser demócrata. Como tampoco lo serán aquellos que se empecinen en usar el socorrido eufemismo de que son el altavoz de los más humildes, porque esa condescendencia equivale a algo así como: “yo te suministro el pescado con la condición de que no aprendas a pescar”. La clave del asunto no radica en que se gobierne con buena o mala intención, sino en el hecho de que se niega la posibilidad al pueblo de gobernarse. ¿Acaso lo consideran incapaz? Todo para el pueblo, pero sin el pueblo, ¿no? Decidme, ¿dónde queda la democracia de los políticos de hoy?


4 comentarios:

  1. vidas paralelas temístocles y rajoy.
    No sé si te he leído bien o te he entendido mal.
    rajoi alcanzó el poder como temístocles con una mentira electoral, unas promesas que al día siguiente de ganar empezó a destilar que no las iba a poder cumplir que el estado no estaba para promesas, que habia que hacer lo que habia que hacer. Tanto griegos como españoles pudieren elegir entre varias opciones. Ahora nos emponzoña diciendonos que no respetamos su mayoría mentirosa, a la que antes llamaba silenciosa.
    Quieres decir con tu analogía que rajoi es un gran demócrata?.

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    1. Hola Roger. No, no quería decir eso, a ver si ahora consigo explicarme mejor ;)

      Mi intención era resaltar la importancia del hecho de que los ciuadadanos atenienses pudieran VOTAR SUS PROPIAS LEYES Y DECISIONES IMPORTANTES. Como sabes, en la actualidad, cuando se presenta una ley, por muy injusta que sepamos que vaya a ser, a la ciudadanía no le corresponde ni su aprobación o rechazo, ya que estas facultades son competencia exclusiva de los políticos. Sin embargo, en Atenas, si alguien presentaba una propuesta falsa o que podía perjudicar a una parte importante de la población, la ciudadanía tenía al menos la posibilidad de enterarse y votar en contra; pero se decidían apoyar algo así, por lo menos era algo que habían podido elegir. Quizás esto no parece mucho consuelo, pero es importante que exista la posibilidad.

      Respecto a Temístocles y Rajoy, no era mi intención establecer ningún paralelismo. Por la propia naturaleza del régimen ateniense (cargos por sorteo, numerosas rotaciones, etc.) era imposible que existiera la figura del político "profesional". Temístocles era un ciudadano muy activo en política que ocupó ciertos cargos y que, dado el momento, decidió presentar una propuesta que era, sin ninguna duda beneficiosa para Atenas, pero que, conociendo la naturaleza algo despreocupada de los ciudadanos atenienses, probablemente no sería aprobada. En ese momento, Temístocles recurre a una estratagema para ganar la votación. El acierto en ese pragmatismo de Temístocles se descubrió años después cuando Grecia ganó la batalla de Salamina.

      Esto solamente era un ejemplo para ilustrar la posibilidad de que los ciudadanos atenienses, aunque podían ser engañados (como los de cualquier parte), por lo menos tenían la posibilidad de votar esa acción. Asimismo, quien presentaba una propuesta a la Asamblea tenía que prepararse una buena defensa porque debía convencer (no como ahora, ya que no es necesario) a la ciudadanía, pues su voto hacía falta. En la actualidad ya se han elegido a otros que voten por nosotros, y no siempre que mienten lo hacen mirando por el bien general como hizo Temístocles.

      Perdón por el tochazo, pero me interesaba que esto quedara claro.

      Un saludo.

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  2. gracias por la aclaración pero en el fondo somos como los escavos atenienses que no podían votar en la asamblea.
    aquellos esclavos en su mayoría lo eran por deudas como los de las hipotecas y otros lo eran por tener un sustento, algo que llevarse al estomago como los que necesitamos una ayuda pública para malvivir un poco menos, otros eran cautivos por guerras pasadas presentes y futuras como los inmigrantes.
    creo que en el fondo somos una nueva atenas, donde los menos deciden por el conjunto de los habitantes de la ciudad.
    estos los menos son los plutocratas de entonces banqueros hoy.
    salut y libertat!

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  3. Esa fue una de las carencias de la democracia ateniense, aunque hay que tener en cuenta el contexto histórico en el que se desarrolló. Por eso creo que lo interesante es que observemos los niveles de participación política permitida para los que sí eran ciudadanos. Ese aspecto es el que debemos rescatar para superar las limitaciones que nos imponen los regímenes representativos, lo que sumado al régimen de producción capitalista conduce a la plutocracia más descarada.

    ¡Salud amigo!

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